Vacaciones y retos

16:13


Ya hace diez días que concluyeron mis merecidas vacaciones de verano y echando la vista atrás, sólo puedo hacer un balance repleto de adjetivos súper positivos. Si cierro los ojos, soy perfectamente capaz de visualizar la más común de las estampas veraniegas.
Estoy sentada en el porche de casa, en mi iPod suena a todo volumen The Fray, llevo las mangas de mi camiseta remangadas y estoy disfrutando de unas preciosas vistas mientras tomo el sol. Estoy en Arguijo (Soria), el pueblo con más encanto y belleza del mundo mundial, por supuesto. Es mi rincón favorito del planeta y si alguna vez alguien acusa mi ausencia, ya sabe dónde encontrarme.
Terminar aquí nuestras vacaciones, para mi, nunca es casualidad. Sin meterme demasiado con sentimientos y melancolías, diré que es el único lugar donde todo puede llegar a importarme relativamente nada, mis pilas se recargan y donde soy más yo. Es momento de reencontrarse con familia, lugareños y viejos conocidos (antaño amigos); de vivir sin prisa; de rescatar aquel pantalón corto que ya perdiste la noción del tiempo de los años que hace que lo llevas; de sobremesas interminables donde echar de menos a los que ya no pueden acompañarnos; y lo más importante, recrearme en el hecho de que aunque nadie más lo entienda, el vínculo que tengo con esta tierra es superior a cualquier otra cosa.
Estas casi tres semanas de vacaciones llegaron en el momento oportuno. Tras una primavera algo dura, el optimismo con el que nos planteamos el verano fue brutal. Unos días antes de partir, vía Facebook conocimos que en el mes de Septiembre iba a celebrarse la III BTT Santuario de Rodanas a favor de la AECC y en décimas de segundo decidimos inscribirnos. No fue un acto impulsivo. Jesús y yo, sabíamos que era el momento de plantearnos retos, de ver si éramos capaces de enfrentarnos a nuestros propios miedos (en mi caso), pero sobretodo, de ver dónde está nuestro límite.

Así que, con la fecha 4 de septiembre marcada en rojo en nuestras agendas, pusimos rumbo a Calafell. ¡Ha sido genial: playa y bien de MTB! Casi todas las mañanas salíamos a rodar por los pueblos de alrededor: llanear por pistas, bien de subidas, bajadas algo rocosas... Un par de horas, luchando contra la humedad y el calor. El balance de estos días deportivamente hablando, ha sido positivo, ya que tras estrenar mi flamante nueva bici, lo he planteado como una adaptación. Pasar de una rueda de 26" a una de 29", los frenos de disco, el peso y ergonomía de la bici, tener dos en lugar de tres platos... En fin, a día de hoy, ya nos hemos hecho muy amigas.

Tras estos casi diez días por la Costa, le toca el turno a la Soria profunda. Aquí ya puedo decir, que ha sido otro nivel y otras sensaciones. Rutas por caminos y pistas de distancia más larga, acumulando mucho desnivel y en este caso con la inestimable ayuda del viento en contra. ¡Rompepiernas creo que es el término apropiado! Casi una semana que sabe a poco, pero de gran intensidad.
Y tras un fin de semana en Huesca, donde goce como una enana en el concierto de mis queridos Amaral, pusimos punto y final a las vacaciones. Por cierto, tuvimos el placer de conocer a Eva y Juan. ¡¡Toma!!
Y de vuelta a la civilización y retomar la relación con ese gran amigo de todos que es Facebook, la volvimos a liar. Ya no hay un solo día rojo en rojo en nuestra agenda, ahora son dos: La I BTT Quinto de Ebro el día 28 de agosto, osea pasado mañana.
Soy consciente de que me queda todavía mucho  por entrenar y seguramente nunca llegaré a tener opciones para resultar competitiva, pero tengo clara una cosa: voy a intentarlo.
¡Quiero saber dónde está mi límite!


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